Cuando uno tiene hijos se hace preguntas trascendentales como ¿qué educación quiero darles?, ¿qué espero de ellos el día de mañana? Ciertamente, no está en la mano de uno que un hijo sea de una forma u otra en el futuro, dados los múltiples factores que influyen en su desarrollo, a la par del peso de sus propias opciones y de su libertad intrínseca. Pero, a pesar de esto, yo como madre busco educar a mis hijos según unos criterios que a mí me resultan correctos, pensando tanto en su felicidad como en la felicidad de quienes les rodean, procurando que sean ciudadanos de pleno derecho y con pleno sentido de su responsabilidad con el mundo. Quiero unos hijos esencialmente buenos, y que sepan decir no con rotundidad en un momento dado. Quiero unos hijos que entiendan la igualdad en toda su extensión, en toda su profundidad. Quiero unos hijos que se sientan personas y que vean en quienes les rodean personas (o asnos, si se da el caso ;-). Y quiero hijos que encaminen su libertad hacia la plenitud.
En este contexto, me encuentro un buen día trabajando con unas personas maravillosas que, para más inri, se dignan invitarme a escribir unas palabras en este blog. Cada cual tiene sus propias experiencias personales, de las que hemos hablado y que hemos compartido. Me han hablado de algo fundamental: cómo perciben la discapacidad los que les rodean. Y hay de todo... Aunque quizá una diferencia fundamental se sitúe entre quienes tienen contacto habitual con la discapacidad y quienes no tienen contacto alguno. Si uno no tiene contacto, directamente no sabe cómo actuar, cómo describir, cómo dirigirse a la persona. Si uno ignora por completo qué significa una parálisis cerebral, no sabe cómo explicárselo a sus hijos y, de padres a hijos, se transmite el desconocimiento, la extrañeza, la falta de naturalidad, la exclusión.
Está claro: el conocimiento nos hace libres.
Ahora paso a la experiencia concreta que quería contaros aquí. Hace un par de sábados se celebró el 30º aniversario del Centro DATO y, mira tú por dónde, nos invitaron a la familia entera. Ya antes de este encuentro, habíamos acudido con nuestro hijos a un entrenamiento de boccia, donde conocieron a las primeras personas en silla de ruedas de su vida (mis hijos tienen 3 y 5 años recién cumplidos). Allí me percaté de que, en cuanto les dejaron jugar, naturalizaron completamente el entorno y las circunstancias especiales de quienes estaban practicando ese deporte. Pensé entonces que las barreras no son innatas.
Luego llegó el día de la fiesta en el Centro DATO, justo después del homenaje que hicieron a Enrique Montejo. La fiesta era por la tarde, así que aproveché un momento de la mañana para hablar con mis hijos. Les expliqué algo que, a estas alturas, ya saben: los movimientos voluntarios del cuerpo los hacemos con el cerebro; el cerebro manda órdenes tan rápidas que ni somos conscientes de ellas. Hicimos algunos ejercicios: "ahora a subir las manos", "ahora a bajarlas"... Y luego dimos el salto a la parálisis cerebral: "¿y qué pasa si una parte del cerebro que manda órdenes a diferentes partes del cuerpo está lesionada?" "Pues que esas partes del cuerpo no se mueven". Hicimos entonces un par de ejercicios de parálisis cerebral: "ahora, a subir las manos." Y los bracitos de mis hijos se quedaron quietos, pegados al cuerpo. Luego les expliqué diferentes casos de parálisis que yo he podido conocer en el centro DATO y los asimilaron con total facilidad (movimientos bailones, inmovilidad de brazos, inmovilidad de piernas, etc.).
Cuando llegó el momento de la fiesta, entramos en la sala polivalente donde están expuestas muchas de las creaciones de Enrique Montejo. Primer punto de enganche para los niños: seres acuáticos de tamaño gigante, vestidos de época, lápices desmesurados y... ¡un papá Noel rodeado de un paisaje invernal! El no va más. Luego subimos al jardín y empezó la juerga. Tardaron bien poco en ponerse a jugar con otros niños de su quinta. Me puse a buscar a los conocidos (todos lo que se han presentado ya en este blog y algunos más) y, conforme los iba localizando, fui presentandoles a mis hijos. Todo con la mayor naturalidad. Quizá el elemento más llamativo para mi hijo pequeño fueran las sillas de ruedas. Y, quizá, lo más impactante para mi hija mayor fueran los pendientes de Agus. Se sucedieron preguntas de lo más normal, como por ejemplo: "¿Y tú qué parte del cuerpo no puedes mover?" o "¿y cómo mueves la silla?"
Aquí os dejo el retrato de una persona en silla con motor que dibujó mi hija al día siguiente de la preciosa fiesta, donde hubo baile, merienda y piñatas para los niños:
jueves, 24 de junio de 2010
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Como dices, todo un lujo.
ResponderEliminarTus palabras me han hecho recordar cómo se nos decía de pequeños ante una persona en silla de ruedas, o coja, o ciega, o con movimientos espasmódicos, o.. "no le mires así" cuando en la mirada de los niños no hay otra cosa que preguntas que aún no han llegado a la boca. Con " no mires así" se nos silenciaba, y el desconocimiento de los demás, diferentes aunque iguales, se iba acrecentado.
No quiero criticar la actitud de quienes nos conminaban a "ser educados" no poniendo en evidencia con nuestra mirada las diferencias entre unos y otros, lo hacían porque era de "buena educación".
Confundíamos entonces la buena educación con el ninguneo. Si no lo veo no existe. Si hago como que no lo veo , no existe. Si no hablo de ello , no existe. Si no se de ello, no existe.
Pero existe. Existen. Existis. Y Aurora y Daniel han tenido la fortuna de conoceros y poder decir que os han ganado en su primer campeonato de boccia.
Yo espero conoceros, un poco más, algún día.
El otro día cuando lo leiste en clase ya me encanto lo que habías escrito y hoy que lo he leido para mis adentros todavía me ha gustado aún más.
ResponderEliminarOjala que lo lea mucha gente y les sirva para que por lo menos nos vean de otra manera.
Mercedes: Brillante descripción: si uno no sabe, ningunea por buena educación :-).
ResponderEliminarAna Gema: mil gracias por tu comentario.
Gracias otra vez por esta entrada y por los comentarios que ha suscitado. Hablando de este tema atribuía al miedo nuestra falta de espontaneidad a la hora de enfrentarnos a las diversas formas de discapacidad. Pero la intervención de Mercedes me ha hecho pensar que también hay factores educativos en nuestra opción. Para los niños no hay diferencias si se han acercado sin miedo y actitudes predeterminadas a quienes están en esta situación. Simplemente esperan de cada persona lo que puede dar y no juzgan si eso es mucho o poco. Simplemente "ES".
ResponderEliminarY de nuevo, sin juicio, entran las cualidades personales puestas en común de la manera que cada uno puede y de nuevo nos vemos enriquecidos por la diversidad aceptada. Otra vez gracias por haberos conocido.